Concurso Zenda libros

#unanavidaddiferente

“Navidad entre comillas” 

Mallorca, 1987. Con tan sólo 5 años, Iván es todo inocencia e imaginación. Es inquieto, entusiasta y llama a las cosas por sus nombres… ¡inventados! Se relame cada vez que su madre cocina sopa de bruja rellena o carne con pinchos y sonríe después de hincarle el diente a una enorme rodaja de melón de fresa, su fruta preferida. Su cabeza está llena de interrogantes (“¿Por qué papá tiene pestañas en la nariz?”) y sus días, llenos de ilusión. ¡Por lo que sea! Un día porque descubre los desfiles de hormigas gigantes cargadas de migas y otro porque su coche con garras desentierra una llave mágica (y oxidada) en el jardín.

De camino al cole, la parada en la piscina de flores es obligatoria. Cada día. Al ver las flores en el agua, se emociona tanto como la primera vez. ¡Aunque estén secas y el agua verde! El color lo pone él. 

Encontrarle escuchando el mar que vive dentro de la caracola gigante es otro de sus pasatiempos preferidos (“¡hoy hay muchas olas, mamá!”) y no hay noche de verano que no descubra en el cielo “la estrella de Navidad”. Cada vez que la ve, tararea un villancico (¡siempre el mismo!). Da igual que sea agosto y el sonido estelar se parezca al de un Boeing 747. “A vint-i-cinc-de desembre, fum fum fum!…”

Mallorca, 2020. Poco queda de aquel niño que jugaba con excavadoras en el jardín y que observaba a las hormigas. Iván es ya un hombre de 38 años hecho y derecho al que le sigue gustando la sandía, pero no tanto. Llamarla por su nombre y comerla con cuchillo y tenedor la ha convertido en una simple fruta. El pescado se lo come sin más (y sin espinas, es adicto al sushi) y no se inmuta cuando el espejo le devuelve su imagen con un pelo en la nariz. Tampoco hay caracola que pueda desbancar al “Spoti”. Y lo más parecido que tiene a una llave mágica es la clave del wifi. Pero no hay velocidad de datos capaz de devolverle la ilusión y los signos de admiración. 

Hoy es “Nochebuena de pandemia”. Ha sido un año difícil de confinamientos, incertidumbre y mascarillas. Pero Iván tiene la suerte de poderlo celebrarlo en familia. De camino a casa de sus padres, a su hogar de la infancia, él e Inés, su mujer, pasan junto a aquel estanque. Está frondoso, colorido y lleno de flores hermosas. ¡Como nunca! Pero ni siquiera lo han visto.

Hace frío. Este año se cena en el jardín entre velas, distancias, gel hidroalcohólico, mascarillas y mantas (¡salud manda!). Pero la sopa rellena de mamá hace milagros y eclipsa el frío y todo lo demás. Todo excepto algo que cautiva a Iván: las luces parpadeantes y lejanas de un avión que, en un abrir y cerrar de ojos, le transportan a su infancia. A una noche de verano. Y mientras la estrella (fugaz) de Navidad se aleja, Iván cierra los ojos y pide un deseo*.

(…fum, fum, fum!)

(*) No volver a perder de vista su estrella.